No puedo dar cuenta del momento en que empezamos a ser otras. Ocurrió, como todo lo realmente importante en la vida, por azar: al menos de eso comencé a convencerme hace un tiempo. La primera vez que la voluntad de lo fortuito me encontró con Paz yo todavía no tenía el autoconocimiento necesario como para entender que toda Guerra necesita, como cualquiera de nosotros, a su opuesto complementario de este mundo. Cuando nos reencontramos, años más tarde, y, otra vez, por casualidad, algo nos ensambló e hizo de nosotras un equipo que sabría acostumbrarse a la constancia del viaje. Algo, hablando del origen de nuestra primera persona que es acaso comunión y biografía, podría ser una materia de la carrera de letras, por un lado, y un recital del Indio Solari, por otro. Uno más Uno siempre da tres en este mundo.
Así de simple acontecen las cosas, no hablo de todo lo que habita el tiempo que nos encierra en sus hordas de minutos y segundos, no, hablo de aquello que sabe encontrar la calma y una modesta morada en la memoria.
Todos nuestros avatares del alejamiento nos parecieron pocos y breves. No sé en qué momento decidimos irnos tantas veces como el trabajo, el dinero y los feriados nos lo permitieran. No sé quién impulsaba a quién a ese estado de fuga constante, tal vez nos turnábamos. Lo que sí sé es que de toda nuestra bitácora de viaje hay un fragmento que es también todos los otros y que de él quizás proviene también todo lo que vendrá. En ese viaje las dos estábamos por hache o por be despojándonos de parte constitutiva de lo que habíamos sido. Puede que la encrucijada que nos tendió el destino proviniera de ese doble desarraigo.
El paisaje era árido como pocos, pura roca alrededor y la erosión de los siglos ahuecando el panorama. Se respiraba aquella tarde el ocre rojizo que anunciaba la proximidad de lo bárbaro o lo salvaje. No nos dimos cuenta en qué momento habíamos comenzado a ser perseguidas primero, asediadas, más tarde: la cosa es que un séquito de oficiales venía hacía kilómetros detrás nuestro. Nosotras, sin saber a ciencia cierta por qué, desde nuestra primera percepción de ese otro uniformado en nuestra proximidad, sin pensarlo demasiado, obedecimos instintivamente a nuestra voluntad de huir. Y así lo hicimos. Huimos, como en los sueños, del Otro que con algún motivo que nos era completamente ajeno custodiaba nuestra libertad para atraparla y amordazarla (siempre supimos que a muy poca gente en nuestros pagos le cae bien nuestra risotada de estruendo, tal vez los perseguidores no eran oriundos del lugar sino de nuestra tierra, tal vez en estos pagos todo funciona como en el nuestro, pensamos). Fueron kilómetros de andanza los que ocurrieron desde nuestra primera impresión hasta la confirmación de la misma. Pensamos que podíamos resultar sospechosas para aquellos gringos. Ninguna de las dos hablaba demasiado bien el inglés, de todos modos, tampoco se nos ocurrió preguntar ni aclarar nada. Lo cierto era que estábamos a miles de kilómetros de casa con plena conciencia de ser acosadas por la Ley y sin siquiera el atino de acercarnos a explicar que nosotras no éramos quienes ellos buscaban. Tratamos de comunicarnos con alguien de origen latino en alguna de nuestras paradas, no hubo caso, llamamos a casa, yo a mi hermano, ella a la pequeña Irving, nada. Lo intentamos, juro que intentamos escaparle a ese equívoco generado quién sabe cómo y por qué. Pero todo por algo pasa. Después de … días huyendo pasó lo que tenía que pasar, una docena de vehículos de la CIA nos encrucijó en las alturas del cañón, llenas de polvo y cansancio, nos miramos, con la intensidad de todo el sentido que puede encontrar el silencio. Fueron instantes nada más, los tipos estaban armados, yanquis tenían que ser, miré a Paz desde el side car de nuestro vehículo (a decir verdad, aunque pareciera lo contrario, siempre fue ella la que llevó las riendas) y asentí, y ese parsimonioso movimiento de mi marote fue decisivo, qué digo decisivo, fulminante: Paz en eterna complicidad con mi propia guerra, miró el abismo y apretó el acelerador).
Por ese acantilado de ese país del norte caímos una y mil veces y para siempre.
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