lunes, 4 de julio de 2016

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MANIFIESTO


Todos somos la madre de alguien. Querámoslo o no. Las criaturas del abandono andan por acá y por allá pidiendo cobijo. Tal vez somos nosotros mismos los que las creamos con los ojos, tal vez inventamos su fragilidad al tacto de la mirada que quiere acariciarlas, abrigarlas, llevarlas hacia el seno y ser su alimento.

Queramos o no somos madre, aunque nos esforcemos en negarlo. Aunque ante las evidencias prominentes de las caderas y los vientres, ante la innegable anchura de los cuerpos, digamos no, la realidad habrá de ocuparse del necio que todos tenemos dentro, como a un hijo enjaulado que nunca quiso salir. La connivencia es el bastión de las negaciones, la hilera de vértebras en la que se yergue lo apócrifo con su mundo de cartón.

Vinimos al mundo a crear, a ser habitados. Y por ahí andan esos ancianitos en el parque, escondidos en su juego de ajedrez, para que no les notemos los vientres abultados donde el porvenir juega a la escondida con nosotros, o esas adolescentes debajo de sus guardapolvos y sus jumpers, que ignoran soberbiamente la capacidad de parir que hay en sus movimientos y en los cadáveres de las niñas que llevan dentro, y, ni que hablar de ese gato callejero que ahijó más de cien vagabundos, siempre preñado y a punto de dar a luz, toda una vida de pariciones la suya.

Todos somos obligados a ser la madre de alguien. Los otros días, mi abuelita, de ochentaitantos, fue a abrir la puerta y se encontró un moisés con dos mellicitos de 36 años que hasta el día de la fecha no habían sido queridos por nadie. Imagínense la alegría que le dio, cansada de esperar la visita de los adultecidos, olvidadizos nietos tan llenos de obligaciones todos. Así que la abuela está ahora pariendo esta tardía maternidad que no deja de traerle momentos vivaces. Esto de los niños expósitos se está tornando cada vez más común en estos días de urgencias donde todos tienen la agenda tan cargadita de obligaciones que terminan invadidos por la desmemoria. Cosas de época.  

Por supuesto que hay quienes ostentan el título de anfitriones de la creación y quieren llevarse todos los premios, y ahí están los artistas, entre sus materiales, queriendo exceder esto de parir para ir un escaloncito más arriba y crear como un dios. Pero no somos zonzos, sabemos muy bien el estado de gestación en que se encuentran con sólo observarlos detenidamente por unos segundos. Se sabe, por dar sólo un ejemplo, lo único que Borges hizo a lo largo de su vida fue emular a doña Leonor con devoción para parir y parir y seguir pariendo y así  aún hoy sigue procreando hijos lunáticos, esperpénticos, dandies, pampeanos, pelirrojos, felinos, pánfilos o microscópicos.

Entonces, no neguemos lo evidente y veamos más allá de lo corpóreo, todo ser vivo sobre la tierra es un primer hogar para otros seres vivos a los que alberga más allá de su voluntad. Teniendo en cuenta la capacidad fonatoria de algunas especies, esta cualidad se potencia hasta la desmesura dado que contamos también con ese segundo útero que son la voz y la memoria donde todo prolifera, aún en el olvido.



Así que, por favor, dejemos de reducirnos a lo visible cuando podemos ser más aceptándonos como somos.  No escondamos más los abultados úteros bajo las fajas de lo que corresponde, de lo que deberíamos o de lo que nos hace culpables y amorales. Vinimos a este mundo a parir, hagámoslo con honra. Asumámonos cápsula trasbordadora para que otros vengan a la luz montados en una carcajada.   

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