martes, 16 de octubre de 2012

queja número 9

Casas cuelgan de mi pared: sobre la inoperancia de las cargas o el leve  inventario de una memoria.
Yo adivino el parpadeo.
Le Pera

Entonces, recuerda esto,
 las viejas historias que jamás se cuenten alrededor de un fuego,
 alrededor de otro se contarán.
 Y los recuerdos que un linaje ha perdido viven en las casas de otro linaje.
Liliana Bodoc

Todos los demás son bienvenidos al poema,
A exiliarse del humano tiempo para ser parte del tiempo.
Cristian Avecillas

 
Cuelgan de la pared de mi cuarto pequeñas casas. Y esas casas llevan como gesto una guerra ganada, una empresa duradera, quizás el aliento abrasador de la justicia poética.
Es primavera en esta esquina de San Telmo donde ahora descansamos y/o noscansamos mis cosas y yo. Hubo primaveras, sí, en mi esquina de Boedo, en sus atardeceres sin nombre, donde, desde un quinto piso, me dediqué a pensar sin palabras acompañada del ocaso irremediablemente bello de ese balcón al que ya no vuelvo. Hubo primaveras en cada rincón de trashumancia de estos años que van haciendo de a poco un montículo de experiencia, tal vez una inexperiencia que suma la edad de la muerte de Cristo llegando al último tramo de su carrera de meses.
Mis cosas y yo fueron cambiando con el paso del tiempo. Tienen (siempre tuvieron) valor sólo para mí. Trivialidad a la que arribo después de haber andado largo, a pie, a las corridas o sobre las dos ruedas de mi desmotorizado súper vehículo. Lo mío siempre fue la tracción a sangre.   
Las cosas se perdían en las mudanzas, han dicho muchos antes que yo. Las cosas dejan de ser cosas para transformarse en nada, se vuelven eventualmente descuidos o pasan al reino del olvido sin pena ni gloria. A veces ese olvido se deshace en la intermitencia que una señal caprichosa e inexplicable trae al presente por un rato en el que el pasmo nos hospeda paradójicamente.
Las cosas, como las palabras, pasado un tiempo que es el tiempo de la apropiación, desaparecen. Se van , no sin  emular lo etéreo del lenguaje, desmaterializándose… pasan a ser simplemente una idea, la idea de lo ido…
Ahora entiendo que mi última mudanza hizo de ellas una síntesis, un resumen de la acumulación de años (las más de las veces formada por piezas insustanciales de modo tal que lo que llega a la casa resta, acapara o asfixia, quita espacio, y hace sentir, también, que uno perdió dinero que es  tiempo para poder tener lo que ya no se quiere, o ya no sirve o ya no encuentra su lugar en el nuevo domicilio). Así, mi último trasbordo es un referente que subraya sólo lo indispensable de una totalidad, y esa totalidad se vuelve la fuerza centrípeta que sucede a la fuga de lo ya innecesario, de la tenencia sin sustento. De modo que, después de ir incrementando mi pequeño hatillo, después de una marea creciente del número de bagatelas que lo alimentaban, las cosas de mi hogar de Boedo (venidas de mi hogar de Parque Patricios, devenidas de mi hogar de Bernal, provenientes de mis no hogares anteriores) partieron en distintas direcciones hacia nuevos destinos quizá mucho más amables que la convivencia con mi persona. Recuerdo la senda de hormiguita viajera y las instancias de cada posada oficiando de hogar temporario: un contrasentido en sí mismo, las ironías del eterno debate entre los cuerpos y sus nombres, la zanja omnipresente entre la física y la metafísica. Recuerdo la ciclópea y en aumento preocupación de mudanza tras mudanza que, de golpe, se deshace.  Y no se desarma en la fe en el asentamiento y los seguros de vida, no. Tampoco en la creencia de que, bueno, ya está, es hora de sentar cabeza, de aquerenciarnos. Algo en mi biografía, algo que viene de tan lejos como de antes de nacer, hizo inverosímiles no sólo todos los hiperbólicos finales de historias con princesas y castillos sino además los de una simple, modesta vida sin mucho tembladeral. El lugar del idilio lo ocuparon desde siempre las desventuras: la serie  Bomba de la colección ‘Robin Hood’ que fue de mi padre antes de ser botín de guerra entre mi hermano el segundo y yo; algunas, varias historias de niños huérfanos buscando un hogar, y ahí entre ellas están las imágenes de Dorothy y Totó en la singular casa que viaja un Huracán, las correrías de Tom y Huckleberry,   Annie (mi primera lectura voraz, mi primera tarde entera boca abajo, boca arriba, sentada de mil modos distintos sin despegar los ojos de mi edición roja de la colección ‘Billiken’)  buscando incansablemente a sus padres que no va a encontrar o deshaciéndose de los padres apócrifos que intentaban embaucar al don millonario que la había adoptado, Heidi y todas sus distancias en forma de abuelo o de ciudad como nostalgia de la naturaleza, Bastian, tratando sin fin de salvar fantasía, el lazarillo y sus formas de ingeniárselas para la subsistencia; en mi adolescencia, Rebeca llevando la valija con los huesos de sus padres hasta Macondo, chupándose el dedo hasta agrietarlo de humedad o de miedo, comiéndose la tierra para esconder la ansiedad o escapar del recuerdo, del no saber decir, del no poder contestar; y después, en la que fuera mi segunda infancia, Amélie, entre la muerte de su madre y los fríos árticos de su padre que le depararían como único destino inexorable la enfermedad. Así fue pergeñándose el imaginario desventurero de mis años, en historias de ausencia y exilio, en los contornos de la imposibilidad que trae sin quererlo la praxis de la orfandad hecha muchas veces canto, poema. Esos mundos quedan perennes en el hatillo de mis bienes. En la maleta de huellas obreras del recuerdo que tejen constantes la memoria. Lo demás es prescindible. Un  peso innecesario.
Esta crónica de mis desvelos había comenzado con mi hoy-habitación en esta esquina del mundo, con las pequeñeces que hasta aquí me acompañaron: algunos libros, unos pocos trapos que me vistan,  y unas imágenes, instantáneas de indicios que otros han dejado en mi sangre, en el aire que respiro y sale de mí con sus nombres, en mis pasos nuevos en los que ellos también viajan. Las casas en mi pared, la risa a color o las muecas blanco y negro son paisajes en los que me detengo a volver, en los que visito el tiempo que ya ido permanece, como cuando me siento a mirar mis libros, ordenados caprichosamente en mi biblioteca y juego a evocar qué pasaba cuando estaba leyendo Mme. Bovary o a quién le debo la poesía de Dorado, el amor por Pizarnik, los vacíos de Pessoa; puedo estar horas barajando el tiempo pasado, vivido con las historias que me acompañaron, o jugar a que Karénina se encuentra un día con Samsa  que viene de haber visitado a Oliveira. De ese mismo modo imprudente y sin sentido, puedo estar siglos observando las casas en mi pared, acarreando hasta el presente los pasos previos al momento del flash, y encontrar cada vez un detalle nuevo, algo que no había visto. Y entre mis casas hoy tengo ganas de volver a calcar escenas que dichas por mí quizá suenen encriptadas, enfrascadas en mis antojos escriturarios o en mi incapacidad de decir claramente. Quiero que mi voz se alce en el recuerdo de:  
*una boca gigante que ríe desde el papel de la fotografía hasta la eternidad del Nunca Jamás,
*un abrazo, un gesto cómplice entre el fuego y la tierra llegando a un mismo destino después de una larga carrera que dijo no a unas aventuras elegidas por otros donde ni la tierra ni el fuego estaban demasiado cómodos,
 *la verborragia de los vientos que arrecian sonriéndole al mundo porque sí, porque a veces el silencio no llega y entonces queda la ironía para salvarnos.
Y entre esas tres diminutas reliquias visuales que juegan con otras a su alrededor para reunirse o saludarse o mirarse de reojo como dos personajes de libros distintos que se saludan, como los desconocidos que desde la primera mirada se saben amigos entrañables aunque jamás lleguen a decirse 'a', estoy yo, yo- otra, yo-ayer, yo- quién. Entre la verborragia que aprende a callar, la tierra que disfruta salir a una ruta cualquiera con una excusa cualquiera, y la risa de estruendo que hace y hace y no se cansa de hacer porque entiende que pensar por pensar no tiene demasiado sentido, entre mis impares alas que el azar me regaló en otra esquina del país de las maravillas, entre Paz, Irene y Venus o quienes sean esas mujeres-peces, mujeres-rana, mujeres- rara avis, entre sus siluetas robadas a esa entelequia llamada pasado, puedo concluir que está bien desprenderse e ir dejando el acopio para el que nos criaron, tal vez, sin notar lo superficial de una enseñanza que rige millones y millones de vidas. Y es bueno empezar a entender que los lastres sólo colaboran con la quietud del atleta que piensa exclusivamente en correr, en andar, en irse, lejos. No hay mucho que necesitar. Y digo necesitar acompañado de una negación y me sumerjo en otros paisajes, otros colores, de viajeros sin raíces, pienso en un contrasentido llamado Geo, Geo I, Geo II, Geo indefinido, irracional y trotamundo. Geo punto  o Geo universo. Todo termina siendo, absoluta y enteramente ficción. Así leo. Así vivo. Todo menos unas casas que cuelgan hoy ocasionalmente de esta pared y me muestran gestos de los que están y de otros que se fueron erigiendo de modo irredimible en una historia sin fin que guardo sin tiempo, sin espacio en el territorio de la memoria donde todo es. Unas casas a las que también tendré que aprender a desaferrarme…
Crecer es conocer el necesario despojo, soltar y correr ligeros por un parque sin relojes. Tengo todo lo que perdí, guardo el misterio. Conmigo lo llevo, en mi cada vez más pequeño bolso de viajera inabordable.          

Epílogo
Y ahora, que termino de releer estas palabras caigo en la cuenta de que cualquier parecido con el capítulo 5 de estas crónicas es pura responsabilidad de la incoherencia.

jueves, 20 de septiembre de 2012

queja 8. cuando decir distancia es decir inmensidad



Y supimos desandar el tiempo
hacerlo carcajada
para mirar atrás y ver juntas lo mismo

y fuimos risa y geografía
y tantos árboles acompañando el camino
e hicimos un lazo que tatuaba o desaparecía
cualquier distancia entre nuestras manos

y en el cielo bailaban los cuentos de nuestra segunda infancia
y el mar esperaba ese vuelo que éramos nosotras hermanas del grito y el silencio

y entre azabache y azafrán#
los días se olvidaron de ser días
y la misma risa que devoraba el tiempo
se llevaba la distancia que un cordón mágico deshacía
entre el ombligo de tu mundo y el mío

que aprendieron a ser simplemente y cada tanto la integridad…

sábado, 18 de agosto de 2012

queja 7. por el desliz en la gesta de una historia


 ((mientras las historias se tejen, las palabras hacen lío entre las hojas)))

Podíamos enterrar los huecos del pasado
bajo el árbol de aquel invierno
en que empezamos a esperar la primavera

podíamos tanto
que elegir
se hizo una tierra baldía para la desmesura

pudimos tan poco
que somos niños perdidos
en un jardín de invierno