domingo, 4 de septiembre de 2011

queja número 3


4 de septiembre. discrepancias. de sueños, lecturas y otras yerbas.

(esta  queja ocurre porque otras de mayor relevancia y urgencia se ven impelidas a la duda entre la idea y la letra, al conflicto siempre extenuando y agotador de decidir)

I

un hombre cae a un cubo de hielo. se le congelan las piernas. convaleciendo muere. me acerco para avisarle que nadie muere de frío. triste como nunca, resucita.

II

yo era una especie ajena, mi cráneo era de un cristal como el que de mi ventana el granizo atravesó hace días, en el mes del fuego y los altares del yo. en mi sueño alguien arrojaba piedras que no eran granizo al nido de mis pensamientos. yo moría. pero sólo del modo extraño en el que se sigue siendo.

III

la farolera amó a un coronel pétreo y exánime, inexistente. la pobre no veía bien y era demasiado pobre como para remediar el asunto de sus ojos. así y todo, aprendió la lección el día del abrazo de piedra.

el príncipe que lo tenía todo no quería que lo quisieran por tenerlo todo. dejó la realeza y partió lejos de casa. tuvo menos, pero siguió teniendo. lo quisieron por su dinero, por su prestancia y buenos modales, por su oratoria, por su nombre, por su belleza. y cada vez que lo quisieron abandonó el motivo de su amor: del amor ajeno que era suyo. y cuando no era nada ni nadie volvió a enamorar, cuando sólo era el vagabundo de la falta de méritos, una mujer hermosa lo amó y se lo dijo. y en el momento exacta, precisamente previo a la seguridad de haber encontrado, la mirada de ella delató su lástima. y colorín colorado, el príncipe mendigo se ha asolado por los siglos de los siglos, amén.
     
quizás un día la farolera y el príncipe que lo dejó todo, o el muerto de frío y cabecita frágil, se hayan encontrado para contarse el secreto y lo obvio de sus vidas. ese día tiene dos finales. elige tu propia aventura.-  

lunes, 15 de agosto de 2011

libro de quejas

13 de agosto. El viernes de carroza a calabaza


El enólogo, sin sospechar el estado de la cosa, mandó la invitación, intuyendo, quizá, el aire de la marea. Refieren la historia en Constitución o San Cristóbal. La cita era después de la jornada laboral del día para enamorarse, después de ese cúmulo de batallas semanales que conforman el lunes azul, el gris del medio y el jueves que mira las paredes y cree que no le importás.

La mujer del enólogo había sido mi amiga durante años, habíamos pasado los días oscuros una en compañía de la otra. Más tarde supimos rendirnos a la risa. Y allá nos quedamos.

El día había sido oscuro a mediodía, un enojo de granizos había arrasado la ciudad, destruido cristales, llevado a los niños al abrigo en brazos de sus madres. Un chaparrón fue tormenta. Y todos sabemos lo que pasa cuando la naturaleza se transforma.

Las palabras no saben alcanzar los actos. Y en ese funesto secreto residen los misterios y milagros de los hombres. Hay verdades que vencen pese a los esfuerzos humanos por contradecirlas.

La cita, como decía, era después del trabajo de todos. Las intenciones, el deseo: la buena comida, los buenos vinos, la amistad. Paseámonos por los retazos de biografía que el azar eligió, por ramas de genealogía que como sin darse cuenta ahí estaban, entre nosotros, por amores mutuos y versos ajenos. No faltó tampoco el tema más antiguo de la historia de los hombres. Y así, risa va, risa viene, la marea se disipó en otra noche más al son de lo absurdo de este mundo, lo preocupante se vio ultrajado de su disfraz y la orilla se descubrió de un golpe suelta y a los vientos, como si otra, otra que ya no recordaba, hubiese sido la vestida de sal y vendaval.   

No recuerdo a qué hora regresé a casa. El sábado comenzaba a esperar…

viernes, 12 de agosto de 2011

no hay parecido con la realidad. croniquitas de lo inevitable.-


Libro de quejas

12 de agosto. Queja inaugural.

El cuerpo despierta de vez en cuando a la mente a horas inhóspitas de la noche. Y lo hace por diversos motivos. Uno de ellos es la incontinencia sugerida o apócrifa, ésta puede presentarse de distintas maneras dependiendo del pasado casi inmediato del durmiente y su íntima relación con el placer en cualquiera de sus variantes. Así el fin del sueño o la pesadilla podrían continuar de pronto en el baño, si uno llega; creo, no hará falta entrar en detalles sobre los orígenes y destinos de estas situaciones cuyos resultados son por lo general de un impacto visual sin parangón. De todos modos, el arribo, potencial o cierto al retrete, dependerá de la rauda lectura de la llamada del cuerpo y tendrá un correlato, que, lejos de ser una apariencia cual el fuego de algún soñador-soñado frustrado por su realidad mentirosa, hará las veces de retorno a lo cierto si uno es propenso a inmiscuirse en lo inexistente, imposible, imaginario o como quiera llamársele a la cosa: algunas concreciones (excreciones, para el caso) señalan con crudeza lo real, o, al menos, lo cierto. Una verdadera maravilla estas advertencias que irrumpen la narrativa nocturna mediante las ganas de, cuya amplitud no se limita a despedir sustancias del córpore sano sino también, en ocasiones, a pedir, sed mediante, agua para la limpieza de los ríos que lo recorren, por ejemplo. Imagino no hay quien no tenga un prolífico anecdotario sobre estas cuestiones. Entre todas las variantes de irrupción de la labor que sucede en la fábrica de historias del nono, este primer caso es dentro de todo, según mi humilde percepción y evaluación de los resultados, el menos dañino para, mmm, ¿el alma[1]?

Porque ocurre lo siguiente. Uno puede ser expulsado del otro mundo, el no siempre tan acogedor del sueño, por motivos emparentados con la enfermedad, término complejo cuyo alcance puede desbordar a cualquiera. Y la cosas es, puede ser así, este caso cuenta entre sus  expresiones: ataques de tos, picazón a ultranza y sin respiro por los rincones jamás sospechados del organismo, punzadas, calambres, palpitaciones, estornudos, agua a rolete en la nariz, sangrado de la misma o, lo que es peor, adormecimiento de nuestras piezas vitales, que, paradójica, vilmente, despierta a nuestro, hasta en ese instante, descansante seso. Los citados índices patológicos poseen a su vez al rey de los ejemplos, al súmmum de la incomodidad y el transtorno. Los casos mencionados pueden ocurrir no a causa de un mal del cuerpo, no en consonancia con una sintomática cuya evolución se explica a través de la auscultación del paciente que los portavoces del saber médico pueden no explicar, menos comprender y tampoco apenas, de refilón rozar el posible encuentro de pie con bola. No. Estos avisos, pareciese, pueden acaecer y participar de la trama de este mundo, de la escritura de nuestras biografías,  simplemente porque sí, porque se les antoja, o porque alguna moción de nuestra caja negra, nuestro jardín de atrás, o rollo y ratón de lo ininteligible, así lo han dispuesto. Porque cuando los sabios no saben inventan la hipocondría[2], las alergias atópicas, el asma nervioso o ¡¡¡¡los transtornos del sueño!!!! Entonces, ¿divídese la enfermedad, ¿como todo en la vida??, en explicable e incoherente, irredenta y fuera de lugar???? No sabrán decirnos, los epígonos del saber específico y archi-ultra-mega- híper especializado de las ciencias de la salud qué corno está pasándonos. Y es grave la cosa cuando, de seguro, en minutos nada más, habrá un custodio encargado de las dolencias e imperfecciones del tercer metatarso del pie izquierdo, especializado en su área, en la Harvard University. Es peor, teniendo en cuenta que el fulano tiene además un colega erudito en cuestiones atinentes al tercer metatarso de la planta derecha del humano, cuya cuna formadora será desde los albores de la especialidad la University of California, que le otorgase su máster metatarsiano diestro de tercer orden. Como decía, antes de evadirme en cuestiones mínimo generales, no van a saber decirnos estos sabios de lo pequeño al servicio de la humanidad, su salud y bienestar, por qué hay manifestaciones del cuerpo sin razón, locuciones del armado en el que viaja nuestra cabecita loca que sin el cuerpo no es nada, en que ella y él se disocian y hacen de nosotros el pobre idiota del cuento de Shakespeare en el que todo el ruido, todas las nueces y toda la nada no hallan significado, significación, ni coche para la mar. Entonces, para concluir[3] esta queja, para deshacerme de la diatriba que quién sabe qué orígenes cosmogónicos tendrá en medio del caos sideral, el cielo gris, la lluvia y sus etcéteras, para ir terminando este lamento que, una vez expulsado de mi im-paciente cuerpecillo, será un peso menos en la mochila del lastre de mi vehículo personal, quiero blasfemar contra la triste condición de estos señores que cuando no saben mandan gato por liebre, nos derivan a otro especialista, de otra especialidad afín, cercana a la anterior, para que vuelva a derivar-nos, y así ad infinitum y más allá del uso de la poca razón que tenemos los que no creemos en ella. O, cuando no, cuando se les ocurre que pueden salirse del protocolo nos dicen, sin remedio: ‘esto es así, porque sí, está todo en tu cabeza, nena. Autocontrol, au-to-con-trol’ y el ‘nena’ retumba y se expande como una onda lanzada a lo desmesurado, a lo increíble que ensancha la incredulidad, la pena y el absurdo al son del segundo y pausado au-to-con-trol. A veces, sí, nos mandan al psicólogo, al psiquiatra, si la calva de los cables es harto visible, entonces qué hacemos si ya vamos al psicólogo hace cuánto; otras, si se trata de un escéptico exacerbado, estos son los más propensos al reconocimiento de los límites de su área del saber, ni siquiera nos lo sugieren y nos recomiendan desde su extrema sinceridad o a una curandera, ‘a vos te hicieron algo, nena, que las hay, las hay’, como última opción, o a la introspección que no encontramos desde que nacimos y tampoco vamos a encontrar ahora cuando el cuerpo expulsó del sueño a su porción de ser que anda y anda entre lenguajes extraños e imágenes venidas de dónde.

Todo esto viene a cuento de mi último mal. Hoy me desperté de madrugada. No porque mi celular croase a medianoche, momento predilecto de mi ex para despertarme con excusas de índoles una más creativa que la otra. No porque el mismo aparatejo se animase a un bip de madrugada (sí, tengo un sueño por lo general liviano y la mala costumbre de no silenciar al maldito por la noche ya que hace de celular y de despertador a la vez) para avisarme que si hoy recargo duplico o que me gané (en ese tiempo y ese modo, nunca en condicional) un cero kilómetro por pagar mis facturas a tiempo sin aclararme que para adquirir mi premio debo comprar esa netbook que está de oferta a ni más ni menos que mil míseros euros, no. Tampoco porque el hombre de mis sueños, ebrio él,  me confiesa su profundo amor y su imposibilidad imposible imposibilísima de estar conmigo porque no puede evitar… mmmm ¿sangrar?, todo de un tirón, y ¡a la vez! Nada de eso pasó hoy para invadir el hermoso sueño con el que me entretenía, como en la butaca de un cine antiguo y extraño, cuando un tipo metía sus piernas en  un cubo frigorífico donde se le partían en mil briznas de piernas de hombre que lo hacían desfallecer  y darse cuenta de que estaba haciéndolo hasta que yo, que soy fuego en mi sueño,  le digo:- pibe, de frío no se muere. Y así, como si nada, de golpe, el tipo, el friolento, y yo, lenguaje ardiente, no somos más nosotros, nos vamos, y a otra cosa mariposa. Entonces aparecen dos barbudos de túnica con cara de libidinosos,  quizás Aristóteles que despierta a Platón de su mundo y le dice: -che, te duele el codo, andá al médico. Y éste, que no tenía ganas de enterarse de nada concreto, empieza a dudar de su fe, de su religión, de su oficio, se levanta, llama a su obra social, se pide un médico que va a llegar dos horas después y le va a decir:- querido Platón, tenés coditis, tomate una dosis de  ibuprofeno 600 cada seis horas y una de amoxicilina (875 mg[4]) cada seis también durante diez días así barremos la infección. Para el domingo tenés que estar mejor. Si no, nos volvés a llamar, ¿sabés, Platoncito? Y, mientras llena las planillitas, nos pide una firmita por acá, otra por allá, nos pregunta a qué nos dedicamos y nos recomienda reposo, no sea cosa que movernos demore la esperada mejora del cuerpo para volver al ruedo o la jungla de estar al servicio de la comunidad sea como sea, nos dediquemos a lo que nos dediquemos, seamos curas, colchoneros, reyes de basto, dealers, voyeuristas, lúmpenes,  transas o coiffeurs de garçons de la tercera edad. Qué más da. C’ est la vie. Vaffanculo, diría mi abuela, ciñendo la frase en la medida exacta. Y yo, incapaz de otra cosa, me entrego a lo acertado de su frase sin poder recordar qué puto dolor me sacó hoy del sueño.  




[1] Hay cosas que no sé nombrar y uso la palabra que me viene al vuelo.-
[2] Hipocondría: del griego. Dolencia creada por el inconsciente de la víctima con tanta convicción que su simple creencia o fabulación hace del paciente el victimario o culpable de la enfermedad a padecer sin remedio.    
[3] Este término, como bien saben los que me conocen, es algo vago en su aplicación.
[4] ¿Dirá eso la ultrajeroglífica nota prescriptiva de la receta?