miércoles, 27 de junio de 2012

queja número 6: sobre el exilio, hogar de la palabra




rodeada de bienes se derrumba esta casa
Susana Thénon

hay que empezar despacio
a deshacer el mundo
Héroes del Silencio

El cielo está dentro de uno
Atahualpa

Mi biblioteca hizo un viajecito por tiempo indeterminado. Si bien hace poco menos de dos meses todos los libros se vieron obligados a instalarse en la pensión que para ellos es mi placard, vienen a ser, de cierto, un inquilino que goza de algún sospechoso favoritismo, ya que su habitante histórico, mis trapos, léase los harapos que se traducen en el despropósito de mi vestimenta, quedaron relegados al lugarcito ínfimo que el invasor ha decidido cederles sin demasiado ahínco que digamos. Con qué rapidez viaja el discurso del inquilinato al colonialismo, no dejo de asombrarme con esto de la treta incansable de la palabra. Y el viaje al ropero encuentra su origen en un catastro que mi pequeña morada padeció un año ha, cuando todos los caños que visten el suelo que piso en este dos ambientes de una esquina de Boedo dijeron ‘basta, es hora del júbilo, treintaipico de años es demasiado para cualquier cañería ’ y todos los vecinos de este coloso de cemento que viven del quinto piso para abajo se encontraron con su hábitat cotidiano en medio de una tormenta impredecible, de una inundación impresentable, de un diluvio poco amable y ajeno a toda hospitalidad: el lado bueno, no fue mi casa la víctima de las aguas despiadadas, que hubiesen hecho de mis libros una lágrima de papel;  el malo , sí fue mi covacha la inocente víctima de un terremoto cuyas consecuencias perduran hasta hoy. Albañil va, plomero viene, parquetista aparece, desaparece y vuelve a aparecer cual David Copperfield, la cosa es que poder volver a pisar firme en mi cucha se hizo largo, tanto como para que yo valorase algo que nunca pensé atesorar de  modo desmesurado, poder caminar por mi casa sin tener que hacer ningún salto en largo, sin ninguna proeza atlética.
Los libros, para acá y para allá. Unos libros que tienen tantas mudanzas como yo, y que no son pocas, están ahora vacacionando en el placard. Y no, no es esta la primera vez que los pobres (ahora del colonialismo a la marginalidad, valga lo perplejo del asunto) me han acompañado en esto de ser la traumática inquilina de los espacios que han tenido el coraje de darme asilo. No. Recuerdo aquel fatídico 2006, un gitaneo constante por numerosos barrios de esta maldita ciudad y del Sur del Gran Buenos Aires, origen y destino, la odisea fue algo así como un juego de la oca para zonzos, con las siguientes paradas: Quilmes, Balvanera, San Cristóbal, Once, Quilmes. Una ruina circular de regreso a casa de mis padres con el rabo entre las patas, un perro que juega a morderse la cola, el viaje de mi suelo hacia dónde no, hacia dónde nunca, la paradoja de volver por un poco de paz hacia el lugar que había dejado atrás por exceso de guerra. Quizá tomarme el 129 me salía más barato y ahorraba unos cuantos pesos de flete y angustia. Lo extraño es que en todo ese recorrido desquiciante la calma se hizo en el seno del hospicio parental, paradójicamente todo aconteció con armonía durante el par de meses que permanecí junto a mis dioses lares en una esquina de Bernal. Quizá fue necesario volver con la frente marchita, para irme en paz, reconciliada con mi historia, con mi árbol sanguíneo, en la balsa que me rescató de mi naufragio y me llevó a otra orilla de mi independencia.  Y no voy a recordar las peripecias al vacío en que incurrí tras cada estación.  Puedo resumir los hechos en una pérdida de doble filo cuyo cómo no voy a detallar en este momento: mi Primeras letras de Octavio Paz y la obra completa de Borges que llevaba conmigo desde mis trece años se fueron en el intento. Las cosas se pierden en las mudanzas dice, con acierto, Perlongher. Esas fueron básicamente las dos puñaladas, las dos nostalgias concretas que hoy conservo de mi (momentánea, esporádica, sanadora) vuelta a Ítaca. Hubo otras también, inmateriales, intangibles, que están grabadas en mi memoria ad aeternitas. Así es que como Telémaco, volví, y Penélope y Odiseo me esperaban en casa para cebarme unos mates, contarme el cuento que no me contaron cuando niña y callar con la mirada el racconto de cada no y cada nunca de mi viaje equivocado en busca de un hogar cuya fachada decía ‘casa’ con letras luminosas y terminó siendo un orfanato andrajoso en el rincón más olvidado del universo. Sin embargo hay algo de todo eso que se traduce en una única firmeza que me reservo para mi fuero más íntimo, quizás uno de esos engaña-pichangas para tontos que colecciono con devoción.
Y volviendo al presente, mis libros que han habitado y deshabitado los sitios más inhóspitos en que unas páginas encuadernadas puedan internarse a hibernar, hoy, después de mucho camino al andar, están otra vez, en un estado de latencia, en el vilo del azar que no sabe, que juega a imaginar. Y allí van a seguir por un tiempo, porque no estoy dispuesta a seguir encontrando esos significados ocultos, esas otras historias que ellos ni siquiera sospechan que llevan consigo, porque un libro cae y adentro hay un boleto a Córdoba, un pétalo envejecido o el ticket que nos llevó a la comunión colectiva de un Manu Chao, un Bunbury o un Charly subacuático, tal vez a una victoria racinguista de museo. Porque otro libro cae justo en la página que el subrayado indica otro no en mi biografía. Porque detrás de él caen otros y otros que uno recordaba tan distintos. Es como si con el tiempo esas historias adentro de esos libros fueran cambiando de color, de paisajes, de idea. Y a cuento de todo esto recuerdo ahora que hace días nomás, viendo con mis alumnos de primer año La historia sin fin II, a la que me resistí por décadas por el mero hecho del II como cierre del título, el viejo Koreander advierte al pequeño quijote que  es Bastian sobre el incomparable peligro de leer un libro otra vez. Dice Sabina en un tema que no debiéramos volver al lugar en que hemos sido felices. Por eso entonces este dolerme en mis libros, en verlos, en mirarlos, en sentir todo eso que no dicen en palabras y gritan en un idioma incomprensible, por eso acaso estén ahora confinados al placard en el que también duerme mi miedo, porque hasta el aroma y el color de las páginas relatan en subjuntivo. También porque quizás en uno, dos, tres meses o un año yo me vaya de esta esquina de Boedo a otra nueva quién sabe adónde, quién sabe a qué ciudad o a qué país ahora que me enamoré de una isla que parece irreal donde todo es poesía. De sueños vive el hombre, dicen. Por eso no quiero volver a ordenar y reordenar mis libros, porque dicen cosas que todavía no quiero oír (porque no creo en el orden, mi fe pasa por otras aristas que siempre resultan inasibles). Porque debo pensar bien antes de elegir qué lugar va a ser mi casa. Y porque el lenguaje que fue casa hoy es un exilio más.              
Mientras tanto, los anaqueles, esperan vacíos otro viaje de vuelta. Mi bioteca y mi librografía también.  Casateniente no es una palabra posible en el diccionario de mis días, en el de mis letras. Entonces, en la espera, en su trasbordo, siempre irremediable, mis libros, los cuentos que la madre Literatura me cuenta,  tal vez aprendan, en compañía de mis trapos, a hacerme de vestido o de abrigo en mi eterno inquilinato, en mi interminable bitácora del destierro.

5 comentarios:

  1. querida poeta, no puedo evitar encontrar similitudes con mi propia biografía errante en la tuya. libros que ponemos a dormir para que no nos recuerden cosas: descolgar algunas fotos de la pared, para que no nos miren. ir de casa en casa esperando llegar a alguna que nos retenga con fervor, para tener el derecho un día de decirle por favor dejame ir.
    pienso que Trasbordos es el nombre que abraza a todo este texto, nuevo en mi biblioteca, recorrido biográfico incompleto que guardo con el amor con el que sólo puede puede guardarse una parte de la vida de una amiga. a la espera, quién sabe, del tiempo postcolonial añorado. un libro caracol que al menos a mí me dice: alguien ha encontrado una casa en el movimiento.
    en ese punto en el que nuestras biografías se hermanan, yo guardo tu libro inquieto.

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  2. el texto es maravilloso, como maravilloso es ese movimiento que a veces nos acuna, a veces nos marea, a veces ambas cosas al mismo tiempo, esa mudanza.
    el cambio, la naturaleza blanda y líquida, tan líquida es, a veces me temo, la única forma de la literatura, y no el grupo de páginas que caben encerradas entre dos tapas.
    esos libros, creo, tienen bien merecidas sus vacaciones. espero las estén disfrutando haciendo intercambios promiscuos entre sí y con los harapos en el ropero.

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  3. queridas amigas: las palabras otra vez me son esquivas para descifrar el lenguaje que necesito en este momento, me quedan siempre próximas, como un abrigo o una ventana por la que a casa entra el sol, las gracias de tenerlas en tanto, ahora y siempre.-

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  4. Querida amiga Analía... leer tus textos es como empezar de nuevo una Odissea, por que uno nunca sabe como va a terminar, pero seguramente vamos a disfrutar el camino y no vamos terminar iguales. Una parte del texto que me encantó fue: "... or eso acaso estén ahora confinados al placard en el que también duerme mi miedo, porque hasta el aroma y el color de las páginas relatan en subjuntivo." GENIAL
    Un beso enorme y saudades

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  5. querido poeta!!! usted siempre me hace sonrojar, gracias por el aliento que viene consigo desde nuestro primer compartirnos en la poesía. gracias, amigo!!! un abrazo!

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